viernes, 5 de agosto de 2016

Letteren Bibliotheek

   Las escaleras que frecuento estos días me recuerdan, pese a no ser subterráneas, pasadizos inhóspitos del metro. Los pocos que las transitan se mueven como enajenados o autistas. Inexpresivos, jamás saludan, jamás cruzan la mirada entre ellos. 
   Por otro lado, las plantas que comunican estas escaleras son de una simetría que las vuelve prácticamente idénticas (las puertas que les dan entrada solo difieren en un par de palabras, a las que apenas alcanza la vista, en una lengua que no entiendo). He sabido con el tiempo que las pequeñas fotos en ellas, buscadamente familiares de personas que ya no pueden estar vivas, no son las mismas.  Un día llegué a estar más de dos horas en una sala y no supe que no era la que creía hasta que me levanté a buscar un libro en las estanterías: me había equivocado de piso. Quienes allí se sientan conmigo, no hacen ruido alguno, parecen envueltos en una campana de vacío invisible. Todos son sombras casi inmóviles y en número tan escaso como el de cualquiera de las otras plantas. Las librerías forman largos pasillos equivalentes a cuyo inicio puede verse una combinación de letras levemente variable: LLL, LHL...
   Desde el primer día he pensado  que me sumerjo casi a diario en aquella zona que el personaje de Borges nunca encontró en la Biblioteca de Babel, aquella en la que sus inmortales bibliotecarios han ido apartando los volúmenes a los que el azar había conferido alguna clase de sentido.


Erik Desmaziéres