domingo, 2 de octubre de 2016

Maneras de mirar (25): "El peso de la sombra" de Amalia Iglesias

   "EL PESO DE LA SOMBRA"

Dejando atrás la tierra                                                           curtida por la escarcha,
el escalón del miedo  
hincado como estaca                            
                    al borde del sendero

para no olvidar nunca 
lo que linda una oscura frontera.
Vuelven los pasos 
a los valles propicios, 
a remontar de nuevo                                
                  los ríos de otra infancia.
Las mismas calles guardan 
el fragor de la culpa 
y tu sombra arrastra ahora, 
añadida a su peso,                            
                 la luz del otro lado.
Tu sombra va dejando 
un rastro en el camino, 
la senda señalada,
                     porque Lázaro sabe                                           que habrá de regresar                                         después de todo.


              ( Amalia Iglesias, Lázaro se sacude las ortigas, 2005)




   Alguien se marcha, abandona un lugar inclemente ("tierra curtida por la escarcha") e inicia toda una aventura marcada por la incertidumbre y la inseguridad ("el escalón del miedo/ hincado...") en un viaje a lo desconocido ("lo que linda a una oscura frontera"). Pero en ese viaje se revive el bienestar de la infancia, su virgen vitalismo... Sin embargo, abordar el pasado en ese recorrido, pasa cierta factura: la vida ya no es el lugar al que se accede con ojos inocentes, sino al que se llega ya desde "la luz del otro lado", que no hace sino añadir sombra a su sombra, peso a su peso.
   Al leer el poema como aquí en esta ventana, aislado del contexto del libro del que lo extraigo (y la poesía puede leerse así, es lo que tiene el género), el lector va reconociendo en estos versos, en estos símbolos, las distintas emociones de quien abandona un lugar o un tiempo gastado por sus propios sinsabores, esperando encontrar un espacio o un tiempo aún limpio de sí mismo donde empezar de nuevo... pero eso es imposible. Y ahora pienso en el famosísimo poema de Kavafis que termina:
 Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no lo esperes-

no hay barco para ti, no hay camino.

Así como tu vida la arruinaste aquí

en este rincón pequeño, en toda la tierra la destruiste.

   Nos habla, además, si seguimos en esta lectura del mismo, de un trayecto en que las lindes están difusas: las únicas lindes constantes son las del miedo que bordea todo el camino (vv. 3-7). ¿Cuándo creemos dejar atrás lo que no queremos? ¿Cuándo descubrimos que en realidad nunca volveremos a recuperar la mirada de la infancia para las cosas? (vv. 8-11).  Sólo un indicio métrico marca esa oscura frontera (v. 7), vale decir " difusa" por "oscura". Me refiero a que el poema entero se mantiene en el ritmo acentual de heptasílabos y endecasílabos (los versos son todos reajustables en estos periodos con acento en sílaba 6ª) salvo un único verso, el que habla de la "oscura frontera" porque, pese a su acento en sílaba 6ª no cabe recomponerse en estos metros clásicos puesto que él solo mide 10 sílabas, saliéndose así levemente del esquema culto tradicional en el que están inmersos los restantes. Ese es el verso que marca, el que imperceptiblemente avisa, de que no todo es llano, no todo es traspasable: la frontera existe aunque sea "oscura", aunque no sepamos verla con facilidad.  
   Pero en el poema de Amalia Iglesias hay más lecturas, no se agota en ésta que abunda en el tema de Kavafis con maestría y sensibilidad propias y valiosas. Los tres versos finales convierten este poema en una cajita preciosa de ambigüedad. Son tres versos independientes que abandonan el "tú" del punto de vista del poema para sustituirlo por un nombre propio en tercera persona (Lázaro, nada menos, el resucitado) reintegrando así el poema a la significación total del libro, que el título del volumen se encarga de que no olvidemos: el tránsito de la muerte a la vida. En este preciso momento el lector no sabe si los tres últimos versos son una alegoría de ese proceso que acabamos de leer y que abunda en el tema kavafiano, o si, por el contrario, todo lo que hemos leído no es más que una descripción de las lindes entre la vida y la muerte. 
  Sobre todo nos dejan estos últimos versos con la sensación de que el poema, con el giro final que incluye el paso del "tú" a"Lázaro", nos está recordando que todo el libro habla de nuestras incursiones en el misterio para las que las pequeñas lindes (las parcelas que ponen a la realidad las palabras para poder señalarla) son siempre insuficientes, "oscuras", y habría que aprenderlas desde la nada o desde el olvido, como hicimos con el lenguaje en lo que Iglesias señala como "los ríos de otra infancia".


Samuel Palmer

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