miércoles, 23 de julio de 2014

Plath



Ayer vimos Sylvia en Cádiz, la presentó José Manuel García Gil. Sorprendentemente Gwyneth Paltrow está perfectemente creíble como la Plath, no así Daniel Craig: yo no pude en ningún momento ver en él al torrencial Hughes de corpachón imponente. A Hughes lo vería yo mejor con el físico de George Clooney, le va más su envergadura, su porte; pero, claro, Clooney ya está mayor y hubiera necesitado un tratamiento digital completo para la flaccidez que empieza a asomar ya a su carita sonriente y chulesca.  
 He buscado esta mañana, en esos cuadernitos míos que suplieron a este blog durante años, las notas que escribí cuando leí la correspondencia familiar que editó la madre de Sylvia, Aurelia Shober Plath(1). Allí anoté tres impresiones sobre Plath: la primera es que me pareció una muchacha ambiciosa que manifiesta continuamente un complejo de superioridad que a ratos me la hacía bastante antipática; la segunda, cómo disfrutó de se etapa en el College, su trato desinhibido con los muchachos, su seguridad en sí misma; la tercera fue notar que, en realidad, esos episodios de euforia y exaltación de sí misma, se vieron seguidos de frustración amarguísima: por un lado estaba claro que tenía un temperamento que hoy llamaríamos bipolar; por otro lado, me pareció muy claro que -según esas cartas esritas a su madre, a su hermano, creo que a un tío suyo también- fueron tan altas  las expectativas que ella puso en sí misma, que tarde o temprano, se iba a dar de bruces con algún escollo, y los escollos fueron varios, pero los principales: la sequedad creativa y la infidelidad de Hughes. Dos bombas de altísima destrucción para su temperamento.

   ÚLTIMAS PALABRAS


No quiero una caja cualquiera, quiero un sarcófago

con rayas de tigre, y una cara redonda

como la luna para poder contemplar.

Quiero estar mirándolos cuando vengan

juntando los minerales estúpidos, las raíces.

Ya los veo - con las caras pálidas, lejanas como estrellas.

Ahora no son nada, ni siquiera bebés.

Me los imagino sin padre ni madre, como los primeros dioses.

Se van a preguntar si fui importante.

¡Tendría que azucarar y conservar mis días como frutas!

Mi espejo se está empañando --

Unas pocas respiraciones, y no reflejará nada más.

Las flores y los rostros se blanquean como sábanas.


No confío en el espíritu. Se escapa en sueños

como vapor, a través de la boca o del ojo. No puedo detenerlo.

Un día no volverá. Las cosas no son así.

Se quedan, sus brillitos especiales

se calientan de tanto uso. Casi ronronean.

Cuando se me enfríen las plantas de los pies,

el ojo azul de mi turquesa me va a consolar.

Dejen que me lleve mis ollas de cobre, dejen que mis potes de rouge

florezcan sobre mí como flores nocturnas, perfumadas.

Me van a envolver con vendas, van a guardar mi corazón

bajo mis pies en un paquete prolijo.

Difícilmente me reconoceré. Va a estar oscuro,

y el brillo de estas pequeñas cosas será más dulce que la cara de Ishtar


       (Traducción: Sandra Toro)








(1) (Letters Home, HarperCollins Publishers, 1975)

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