jueves, 8 de mayo de 2014

Maneras de mirar un poema (13): uno de José Luis Jover


       IV

 Verse en el centro del tiempo,
 a través del cristal de la noche,
 construyendo un paisaje
 invisible.
 El lugar del silencio
 para esta voz. Esta voz
 contra mí. Yo
 hablando
 solo.

   Hay un tipo de poesía que se construye con golpes de impresión, como lo hacen ciertas composiciones japonesas, sólo que esa  poesía oriental normalmente parte de una imagen concreta que es la detonante de la bomba emocional. La poesía occidental a la que ahora me refiero, en cambio, no es tan compacta: se construye el texto a golpe de sensaciones abstractas. La de José Luis Jover, por ejemplo, es esta clase de poesía: sus versos participan de esa extraña relojería que comparte con los collages y las imágenes se superponen para formar un todo expresivo. ¡Son collages de impresiones! Él es un experto en esa técnica del arte plástico y a mí me parece que lleva su experiencia en este campo a la poesía. Es inútil buscar en ellos una prolijidad lineal lógica. Lo que nos ofrece son fotogramas estáticos de un paisaje interior, sensaciones que buscan un todo. Ese todo en este caso tiene que ver con la soledad o, aún mejor, con la incomunicación.
  El que aquí traigo hoy es el cuarto fragmento de un poema dividido en cuatro partes que lleva por título "Al final de la noche" Es importante tener en cuenta que en los cuatro fragmentos se menciona un espacio inconcreto en el que se intuye una figura humana a lo lejos y, con ellos, una parte del día (mañana  o noche). La sensación con la que me quedo es la de que se me describe un desierto impreciso donde la compañía es tan lejana que se vuelve imposible. Este cuarto fragmento, sin embargo, se sitúa "en el centro del tiempo"; este cuarto fragmento es, además, el único que menciona la voz y el silencio y pone fin a toda la serie de versos dejando una palabra definitiva, aislada ella en el verso final como un broche redondo: "solo".
   Yo tengo para mí que las tres partes anteriores de algún modo cifran la percepción poética de la realidad y que esta cuarta representa la consciencia de la imposibilidad de decirla. El poeta se ve ante una realidad temporal percibida desde sí mismo (por eso se sabe "en el centro del tiempo")pero condicionado por su visión limitada (como "a través del cristal de la noche")y haciendo de esa realidad una interpretación interior y personal, como quien "construye un paisaje invisible". Así lo percibo yo.
   A partir del punto tras la palabra "invisible" los cinco versos finales me dicen los tres miedos del poeta: el primero es la duda de, si tu voz puede suplir a la realidad que se manifiesta en silencio; el segundo miedo es ver cómo tus palabras se dicen a veces sin ti, porque la obra va tomando cuerpo con la voz que ella misma exige ("esta voz contra mí"); el tercer miedo es el de estar "hablando solo" sin interlocutor, sin cómplice -éste es, tal vez, el miedo más terrible-. 
  Así, para decir esto, los versos se acortan a lo largo del poema hasta el bisílabo final ("solo") y se rompe la armonía acentual dactílica de los cinco primeros versos en los cuatro últimos. Estos, a su vez, procuran pausas versales que entrecortan la dicción en cada vez menos sílabas, dejando a final de verso además, para que resuenen, las tres palabras tremendas: "voz", "yo" y "solo".
   Eso es lo que consigo adivinar del sobrecogimiento que me han producido estos breves nueve versos.
   

Magritte

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