sábado, 17 de agosto de 2013

Maneras de mirar (6): "El final de la fiesta" de Felipe Benítez



EL FINAL DE LA FIESTA

Copas sobre el césped, mojadas de rocío,
con manchas de carmines estridentes...


En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas
Y llegaba la música
en aladas bandejas invisibles del aire.
Los abrazos furtivos, el juego de señales
los disfraces barrocos y las niñas de nieve
posando de fatales con rosas en los labios.


Copas abandonadas sobre el césped, confeti
flotando en la piscina y un jirón de vestido
prendido en el columpio. 


                         Toda la irrealidad
de esa escenografía que los bailes de máscaras
tuvo para nosotros un sentido simbólico:
era la juventud,
vestida que sí misma, estrafalaria y loca,
quemando alegremente y sus bengalas,
porque el amanecer traería un viento frío,
una mala resaca como precio. 


                             Las copas
quedaron sobre césped, flores pisoteadas,
antifaces deshechos, sombreros, serpentinas
vagando en el estanque como estela de un barco
diminuto y fantasma que naufragó en el sueño
de aquella noche de verano. 


                             En las hogueras
de nuestro corazón los restos de una fiesta,
los restos de una vida.  Recogeré las copas,
guardaré mi disfraz en un cajón secreto.
Duró poco la fiesta. De nuevo cae la noche
y la luna se estampa sobre cielo desnudo.


                    (Felipe Benírez Reyes, 1960-  )



    Leer este poema es como ingresar en el ambiente de las novelas de F. Scott Fitzgerald (y quién no ha visto, al menos, alguna de las dos versiones cinematográficas de El gran Gatsby, con el lujo decadente y melancólico de sus fiestas nocturnas). Felipe Benítez le dedicó un poema al novelista allá por los años en que escribió éste. Pero la atmósfera de final de fiesta identificada con la juventud, la noche despreocupada que se acaba mientras va dejando el dolor de una felicidad marchita, o la descripción de los bares de copas en los momentos previos al cierre en la alta madrugada, no es un recurso exclusivo del poeta de Rota; otros, Carlos Marzal a la cabeza, lo utilizaron allá en la década de los años 80 del pasado siglo XX.  Benítez, el poeta del tiempo fugaz y la memoria furtiva, no podía dejar de tratar este topos generacional; y lo hace con una solvencia, con una efectividad emotiva inmejorables.

   Construye Benítez un planto, una endecha elegante (no olviden que la métrica más común de la endecha es el verso de siete sílabas y que este poema abunda en periodos fónicos de esta medida pues, salvo tres versos, todos son alejandrinos o heptasílabos). Es una endecha elegante, decía, porque lo que muere es la alegría audaz e impune de cierta edad y su dolor se parece más bien al de una honda nostalgia doméstica y agradecida.

   Observen cómo se potencia lo etéreo en ciertas expresiones: la música se extiende en "aladas bandejas invisibles del aire", el confeti queda "flotando en la piscina" como también debe flotar el "jirón de un vestido" pues ha quedado "prendido en el columpio" y lo mismo hacen las serpentinas que quedan "vagando en el estanque como estela de un barco / diminuto y fantasma que naufragó en el sueño".  El ambiente de este poema, no es el de la noche canalla, sino el volátil mundo de los sueños y tal vez por ello sean las niñas "de nieve" y su carácter fatal, únicamente una pose. Qué bien le vienen a este poema ciertas pinturas de Serny ¿verdad?. 

  Pero en estos versos se nos acaba hablando del amanecer que "traería un viento frío, una mala resaca como precio" y desde esas palabras, la atmósfera volátil y grácil del poema se empieza a evaporar, como al cumplirse el tiempo de un sortilegio (¿y qué otra cosa es la juventud en estos versos en los que la fiesta está basada en la ficción pasajera de los bailes de disfraces?) Se dejan ver ahora, pues, en esta parte final del poema, las "flores pisoteadas" y los "antifaces deshechos" para terminar desbaratando la ficción fugaz de la fiesta y sus disfraces efímeros con el adjetivo "desnudo" a modo de punto final y definitivo.

  No puedo dejar de señalar la fuerza de la comparación de la serpentina con la "estela de un barco". Los barcos de los poemas de Felipe Benítez nunca llegan y nunca regresan, se alejan siempre para perderse en la bruma, parten siempre hacia un destino desconocido y sin retorno porque son su símbolo personal de la fugacidad de lo vivido.

  Sólo me detendré pocas líneas más, las suficientes para mencionar el modo en el que la sonoridad del poema -su ritmo versal, quiero decir- apoya su carácter de elegante nostalgia ante lo perdido.  Dije que había sólo tres versos que no son heptasílabos o alejandrinos, pues bien, uno es un endecasílabo que divide la primera parte más extensa -la que he señalado aquí como volátil mundo de los sueños- de la parte final en la que empiezan a aparecer los signos del destrozo. La posición de bisagra de este verso respecto a todo el texto es, creo yo, una intuición poética espléndida. Los otros dos versos de los que hablo son los que abren el poema a modo de atrio:

   "Copas sobre el césped, mojadas de rocío,

con manchas de carmines estridentes"
 Después de este comienzo y sólo a partir del tercer verso del poema, se abre éste al mundo ideal del ensueño con un primer alejandrino: "En el jardín nocturno brillaban las guirnaldas", que marca clarísimamente el clima de un ideal "sueño de una noche de verano" con todas sus reminicencias, desde Shakespeare a Scott Fitzgerald, pasando por las lánguidas ensoñaciones modernistas. Noten el ritmo estrictamente acentual, leyendo bien la sinalefa entre la 4ª y 5ª sílaba y la anacrusis de la sílaba "mo" en el segundo hemistiquio:

         Co-pas-     so-bre el-    cés-ped 
(mo)    ja-das-      de-ro-        -o





Serny

2 comentarios:

Eugenio Martínez dijo...

Como siempre tu sexta entrega de "Maneras de mirar" hay que recibirla con agradecimiento.
Te repito lo que ya te he comentado en otra ocasión: A mi, al menos, me resulta amena, además de muy interesante, porque tu erudito bisturí disecciona con soltura, oficio y agilidad los textos que merecen el honor de pasar por su mesa de operaciones.
Muy en tu linea de "profe" la advertencia de la sinalefa y la anacrusis del primer verso.
Te recuerdo que no hay tiempo para el desánimo

Inmaculada Moreno dijo...

Un millón de gracias.
Es verdad, para el desánimo, no hay tiempo.