viernes, 22 de febrero de 2013

Medicina o arma

   Veía hace dos días con mis alumnos de 1º de bachillerato el parlamento de Celestina ante (¿debería decir mejor "contra"?) Melibea ¡Qué bien conoce la vieja el poder de la palabra! ¡cómo maneja su estrategia precisa!: aquí avanza un caballo (la falsa modestia), allí desliza una torre (la adulación) y, después, adelantando varios peones (los ejemplos interesados), va comiendo terreno para lanzarse a atacar con lo que ella considera ya un jaque -aunque no será el definitivo- cruzando los dos alfiles: la hipocresía religiosa y la mentira. Sí, la palabra es un arma verdaderamente peligrosa.
  Por otro lado, Pedro Laín Entralgo, en su libro La curación por la palabra en la antigüedad clásica demostró que, siete siglos antes de Cristo, había médicos que sabían usar la palabra con valor terapéutico. Laín Entralgo rastrea en Homero, en Platón, en Aristóteles y, por supuesto, en la medicina hipocrática, esa potencia benefactora de la palabra.
  Nosotros no deberíamos olvidarlo. Sin tener que recurrir a casos tan extremos, la palabra no resulta nunca inocua: hiere o sana con contundencia inigualable, crea mundos y los destruye, levanta muros y alza puentes, amarra o libera, acaricia o golpea, ilumina o aturde, levanta o humilla, enferma o salva.

Xilografía de Hans Sebald Beham

2 comentarios:

Fernando dijo...

Ayer me quedé aterrorizado, Inmaculada: un amigo mío, persona normal y lógica, empezó a decir "los jubilados y las jubiladas". Le llamé la atención, ni se había dado cuenta de lo qué decía.

Inmaculada Moreno dijo...

Lo peor de todo esto es que igual que la necedad lingüística se nos van pegando todas las necedades y acabamos viviendo, sin cuestionarnos nada, en la pura tontería.